Hiroshima y Nagasaki, a 75 años de lo que nunca tuvo que suceder.
El 6 y 9 de agosto de 1945, en Hiroshima y Nagasaki respectivamente se detonaron por primera y única vez en la Historia, bombas nucleares hacia la población civil, en medio de los últimos vestigios de la segunda guerra mundial. Little boy, aproximadamente, dejó al instante 140.000 fallecidos y Fat man otros 75.000 al momento del impacto. No obstante, fueron millones los afectados por la radiación, y otros miles sufrieron con enfermedades derivadas de ésta, incluso antes de nacer.
En Japón se conmemora esta fecha como un recordatorio de que las bombas no fueron del pasado, sino que son potencialmente del presente y futuro. Kazumi Matsui y Tomihisa Taue, alcalde de Hiroshima y Nagasaki, respectivamente estuvieron presentes en la ceremonia de recuerdo del bombardeo en Hiroshima, dejando claro que esto no es solo para recordar, sino para actuar en contra de las bombas nucleares y la energía nuclear desde el punto de vista armamentista, el mismo alcalde de Nagasaki menciona que "no ha habido una tercera bomba que haya destruido una ciudad en estos 75 años"
Más allá del uso político, militar y estratégico que les dio el gobierno norteamericano a los bombardeos y del cuestionamiento posterior a la real utilidad de las bombas nucleares y su detonación dirigida a un país que ya estaba derrotado de facto, es preciso reflexionar sobre el uso de la energía nuclear, no solo en el tema del armamento que ya está en entredicho, sino también en el uso energético después del desastre de Fukushima en el año 2011. El protocolo del tratado de prohibición de las armas nucleares elaborado el 2017 y firmado por más de cuarenta países no es suficiente para afrontar los peligros de un potencial nuevo ataque entre las potencias. Estas mismas no han firmado el convenio, es más, ni siquiera Japón lo ha hecho.
¿Por qué existe esta contradicción del país que renunció a la guerra en seguir apoyando a sus aliados (paradójicamente Estados Unidos) a que tengan bombas nucleares? Una respuesta puede ser la situación geopolítica y la posición de hegemonía de China sobre Estados Unidos, Rusia, Corea del Sur, Corea del Norte y Japón. En este sentido las constantes tensiones diplomáticas no permiten que se suscriba el tratado, sabiendo que las otras naciones podrían tener algo que ocultar. La otra respuesta no la quisiéramos dar, pero puede ser de un carácter económico. Desde la fundación en la década del 50 de la asociación de activistas y víctimas de los ataques nucleares, llamada Nihon Hidankyou, el gobierno japonés ha tenido que lidiar con una presión de esta y otras organizaciones sobre la reparación de las víctimas y sus familiares, ya que en el Tratado de San Francisco Japón renuncia al derecho de las reparaciones. Lo interesante de esto es que, pese a si hay o no una reparación en el futuro, el gobierno japonés y las victimas colocan como primer pilar fundamental en sus discursos el fuerte mensaje de paz y de prohibir el uso de armas nucleares, teniendo en cuenta el principio fundamental del derecho a la vida, colocando como ejemplo toda la destrucción, no solo material, sino en las familias de millones de japoneses y la imposibilidad de, incluso, ver números concretos de fallecidos durante la explosión. Aquí hay un mensaje de carácter mundial, las armas nucleares son el símbolo de toda la maldad y destrucción que la persona humana debería rechazar en su integralidad.
La presión para que no se siga ocupando armas nucleares es fuerte en Japón, más aún con el COVID-19 puesto que las 13300 bombas nucleares que tienen, aproximadamente, los países de uso nuclear no sirven de nada por los métodos de confinamiento, cuarentena y el constante estado de alerta de un virus que dejó a la humanidad replegado a sus casas y sin interés de pelear con sus vecinos. Este es el tiempo de velar porque las naciones puedan salir social y económicamente de lo que deriva en no abrir los comercios, perder empleos y recuperar el potencial del trabajo y la industria, mas no de la disuasión nuclear, que, en la actualidad, repetimos, es innecesaria, siniestra y obsoleta en estos nuevos tiempos que se avecinan.
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